Introducción

Durante la década de 1830, el cellista alemán Justus Johan Friedrich Dotzauer (1783-1860), conocido hoy sólo por su colección de “113 Estudios” y su método pedagógico para el cello, escribió una serie de arreglos para dos cellos basados en las melodías más populares de las óperas de Rossini, Weber y Meyerbeer. Estas “Airs favoris”, como el compositor las llamó, fueron las primeras de muchas composiciones de este tipo escritas por cellistas durante el siglo XIX. Encajaban perfectamente en la tradición de la Música de Salón, tan cultivada por los pianistas de la época, y enriquecieron enormemente el repertorio cellístico del siglo XIX, repertorio que hasta el momento estaba limitado a sonatas barrocas con continuo y algunas cuantas obras originales de compositores importantes. Estas piezas eran presentadas con diferentes combinaciones instrumentales, ya fuera ensamble o piano, y fueron ideadas para mezclar las cualidades dramáticas y virtuosas del instrumento en un lenguaje musical que resultara accesible a cualquier tipo de público, que todos pudieran reconocer en la música elementos de la ópera del momento o de la tradición folclórica. La muy bien establecida tradición pianística, en la que los intérpretes eran también compositores, fue imitada por muchos otros ejecutantes, quienes en algunos casos llegaron a limitar su repertorio a sólo sus propias composiciones. Los famosos cellistas de la época hicieron gran cantidad de giras en las que la mayoría de las piezas del programa eran compuestas por ellos mismos, dando muy poca importancia a las obras escritas por otros. Había sin embargo, gran interacción entre cellistas y pianistas, que eventualmente podía llevar a una colaboración o inspiración en la creación de una composición. Casi siempre, debido a su no tan popular lenguaje musical, estas piezas no hallaron fácilmente su camino hacia el repertorio de conciertos del siglo XIX, pero hoy en día se erigen como contribuciones importantes a la literatura cellística. Por otro lado, la prolífica producción musical de los cellistas/compositores de ese siglo, tan popular entre las audiencias de aquel tiempo, ha sido casi totalmente olvidada y relegada, con muy pocas muestras sobrevivientes usadas exclusivamente para el estudio técnico del instrumento o recopilación histórica.

Se menciona frecuentemente que la literatura del cello correspondiente al siglo XIX es muy limitada, y comparada con la inmensa cantidad del repertorio para piano, esto es realmente cierto. No obstante, de acuerdo con “Cumulative Volumes of Hofmeister”[1], existen al menos 322 Sonatas para cello y piano escritas entre 1800 y 1897. La literatura de conciertos también es numerosa, con alrededor de 40 composiciones originales en el repertorio, repertorio que ha sido apartado de los programas de concierto de nuestros tiempos, debido a que el gusto de las audiencias contemporáneas, más académicamente entrenadas, no aprobarían tal música por no cumplir con los estándares de las presentaciones de nuestra época. No es una gran música, ciertamente, pero hay obras muy encantadoras que son dignas de una audiencia menos musicalmente instruida y que suponen un contraste con otros trabajos más académicos del repertorio.

Siendo un instrumento con un rol más melódico que armónico, el adiestramiento de los cellistas tendía hacia el cantabile y las cualidades virtuosas del instrumento. Los cellistas estaban más interesados en fascinar al público con muestras de veloz virtuosismo y gran manejo de colores que en el pensamiento musical profundo. El entrenamiento semejaba más al de los cantantes de ópera que al de los pianistas, quienes habían estado tocando sonatas de Haydn, Mozart y Beethoven desde sus estados más tempranos.

Esta instrucción instrumental dejó una marca definitiva en el estilo de todos los compositores: en general los pianistas tendían a favorecer un carácter más académico de composición que otros instrumentalistas, cuyos trabajos exploraban más el cantabile y las habilidades virtuosas.

Como los más afamados intérpretes del siglo XIX eran también compositores, la colaboración entre ambos a la hora de escribir una obra resultaba casi impensable. Sus egos se opusieron a cualquier clase de creatividad espontánea de ambas partes. Aunque está bien documentado que los grandes pianistas/compositores del momento compartieron el escenario con colosales figuras del violoncello como Popper, Piatti Servais, Davidoff y otros, la colaboración musical entre ellos nunca fue más allá de eso. La interacción más interesante entre cellistas y compositores surgió entre los grandes pianistas/compositores y los no tan célebres, pero igual de grandes, cellistas del siglo XIX. Estos cellistas en particular, quienes en varios casos fueron músicos de cámara, parecen haber compartido un enfoque más similar en el pensamiento musical con los grandes compositores del momento, y sus composiciones (aunque ignoradas en nuestro siglo) muestran una vena muy diferente que aquella del puro virtuosismo. Debido a que no fueron tan famosos como cellistas, profesores o compositores, sus nombres han sido gradualmente olvidados, y su importancia en el desarrollo del repertorio ha sido altamente subestimada. Es interesante señalar que en los siglos XX y XXI la interacción y colaboración entre intérpretes y compositores ha sido completamente diferente. La tendencia hacia la especialización en estos siglos ha influenciado tanto la música (exceptuando el género pop), que ejecutantes y compositores  son dos entidades completamente separadas, que pueden cooperar en cualquier producción musical sin invadir el trabajo del otro. Hoy en día los ejecutantes, quienes por lo general no escriben música, tocan piezas hechas por compositores, quienes salvo algunas excepciones, no son intérpretes. También es curioso notar que como consecuencia de la industria discográfica, ambos gremios tendrán una presencia definitiva en la posteridad, y la popularidad de los instrumentistas probablemente excederá la de los compositores.

En general podría decirse que la interacción entre cellistas y compositores del siglo XIX se puede clasificar en cuatro categorías:

  • Muy a menudo grandes compositores compartían el escenario con grandes cellistas de la época, para interpretar música de otros anteriores maestros o de ellos mismos.
  • Algunos compositores dedicaban piezas a amigos personales que también eran cellistas novatos.
  • Muchos grandes compositores fueron inspirados por la forma de tocar de grandes cellistas para escribir una obra exclusiva del instrumento, u obra de cámara con una parte prominente para el cello, teniendo en mente un intérprete en particular. Las piezas resultantes no siempre terminaban siendo dedicadas a esos intérpretes. Este es tal vez el caso más frecuente de interacción.
  • Como resultado del respeto y la amistad, tanto compositores como cellistas colaboraban en la realización de un nuevo trabajo. Esto usualmente conducía a malentendidos y varias versiones de una misma composición.

Debo recalcar que el entrenamiento de los grandes compositores en los siglos XVIII y XIX casi siempre incluía el estudio de un instrumento complementario. Bien sabido es que Beethoven y Mozart disfrutaban tocar la viola en cuartetos de cuerda y que Brahms, Schumann y Lalo estudiaron cello en los comienzos formación. Esto probablemente explica la temprana aparición de composiciones para cello o partes interesantes para el instrumento en las obras de estos grandes maestros.

Aquí discutiré varias de estas interacciones musicales en relevancia a la composición de obras importantes para el cello en el siglo XIX. Mi acercamiento intenta cubrir una selección de las grandes obras escritas para el instrumento durante ese siglo.

[1] William S. Newman: The Sonata since Beethoven. Tercera Edición. W.W. Norton & Company. New York. London. 1983. pág. 94